Montero y Maidagán, creadores de Poquita fe: "Lo políticamente correcto es simple educación"

Pepón Montero y Juan Maidagán iban para hermanos en general y hermanos Dardenne muy en particular. Lo tenían todo: devoción por el buen cine, gusto por las historias humanas, don de la observación, hondas preocupaciones sociales y hasta unos muy originales cortes de pelo. Sobre todo Juan, al que le gusta la cabellera al viento como a Jean-Pierre (¿o era Luc?). El caso es que pronto las cosas empezaron a torcerse. Primero no son belgas. Pepón es madrileño y Maidagán nació hace más de 50 años en San Sebastián. Además, y esto no se suele decir en sus biografías, ni siquiera son hermanos. Pasan mucho tiempo juntos, se roban el bocadillo el uno al otro al menor despiste y se quieren (o eso dicen), pero cada uno tiene sus padres. Es más, ni se parecen. Y para acabar de arruinarlo todo, ellos son más de comedia, que no de drama.
«En verdad, nos limitamos a contar lo que vemos en el barrio, en la calle, en la pescadería... y nuestra serie se ocupa de un problema como la vivienda», se defiende Pepón en un último intento de ser Dardenne. «Si lo que hacemos parece absurdo o divertido, no es nuestra culpa, es la vida», insiste Juan echando mano del manual Azcona. Pero no, no cuela. Son Montero y Maidagán, ni más ni menos. Son los creadores de Poquita fe, ni más ni menos. Son, en efecto, los dos tipos que más han hecho por renovar la televisión en los últimos años con una de las producciones más divertidas, más tristes, más inclasificables, más cercanas, más suyas y, lo que de verdad cuenta, más nuestras. Ni más ni menos. Son ellos, que no los Dardenne, pero sus personajes podrían ser cualquiera de nosotros. Ni más ni menos.
Para situarnos y para alegría y desconsuelo (las dos cosas a la vez) de los fan, la introducción de arriba viene a cuento de la esperadísima segunda temporada de, ya se ha dicho, Poquita fe. Vuelven todos. Vuelven José Ramón, Berta, los padres de esta última, la cuñada y el vecino. Es decir, vuelven Raúl Cimas, Esperanza Pedreño, María Jesús Hoyos, Juan Lombardero, Julia de Castro, Chani Martín y Marta Fernández Muro. Un momento, ¿esperadísima? «La verdad, es que nunca se nos pasó por la cabeza. De hecho, la primera temporada acababa de manera que no daba pie a ninguna continuación», comenta Pepón en un arranque de sinceridad suicida más propia de cualquiera de sus personajes. «Cuando nos lo propusieron», sigue Juan, «teníamos claro que no podíamos ni queríamos repetirnos. Teníamos que hacer algo diferente, pero sin que se notara». «Es la primera vez», vuelve la palabra al primero, «que trabajamos con la presión de algo parecido al éxito. Normalmente, somos nosotros los que tenemos que convencer al productor que lo que nos traemos entre manos vale la pena. Esta vez, los reticentes éramos nosotros». Ni más ni menos.
Lo cierto es que Poquita fe 2 es exactamente igual a Poquita fe 1 (los personajes hacen a la vez que comentan lo que han hecho), pero de otra manera no exactamente diferente, pero sí distinta. Ahora, la idea no es contar un año en la vida de la pareja de marras, sino desarrollar una idea que se quedó apenas apuntada con anterioridad: les echan del piso y tienen que volver a casa de sus padres mientras buscan una solución a lo que a todas luces parece no tenerla. «No sé si se puede hablar de una intención más social o política. Desde luego, la motivación no fue esa. Pero es cierto que nos basamos en la vida cotidiana y ahora mismo no se nos ocurre nada más cotidiano que la falta de vivienda», comenta Juan. Y sigue Pepón: «Por otro lado, la comedia es eso. La buena comedia, para ser tal, tiene que doler un poco. De todas formas, si a algún género se parece esta temporada es a la comedia romántica».
Alguien dijo alguna vez (y más concretamente Lester, el personaje de Alan Alda en Delitos y faltas, de Woody Allen) aquello de que la comedia era «tragedia más tiempo». Y si algo es Poquita fe es precisamente eso: tiempo, pero no un tiempo cualquiera, sino un tiempo calmo, casi detenido, en el que los chistes discurren en la parte de atrás, en el absurdo casi desnudo de lo más evidente. Poquita fe no es una comedia graciosa, sino con gracia. El matiz importa. «Nos hemos dado cuenta de que la serie gusta de manera transversal a niños y mayores, a gente progre y a notarios. Y eso nos gusta. Al único que no le gusta mucho es a un amigo nigeriano que cuando la vio nos aconsejó un poco más de acción, que se levantan los personajes de la silla», dice Pepón. ¿Y por qué gusta a tanto con una única excepción? ¿Qué hace que sea imposible no enamorarse de José Ramón y Berta, de Raúl y Esperanza, apenas se tropiezan uno con el otro? «Pues no sé. Se me ocurre una palabra: despacio... Pero tampoco sé decir por qué se me ha ocurrido esta palabra», afirma Juan y lo afirma, en efecto, despacio. Despacio pues.
Poquita fe se llama como se llama por culpa de un bolero; un bolero que un buen día cantaron Flaco Jiménez y Ry Cooder y que Pepón se detuvo a escuchar. «Me fije por primera vez en la letra y, más allá de lo que dice la canción, lo que me gustó fue la propia expresión que viene a significar apenas nada. Teníamos varios títulos y no nos gustaba ninguno. De repente, éste nos parecía perfecto...», recuerda Pepón. «Sí», sigue el hermano que no lo es, «se trata de colocar algo que apenas es, "poquita", al lado de otra cosa que nadie sabe exactamente lo que significa, "fe". La serie se podría llamar "Casi nada". Además, justo es reconocerlo, nosotros mismos teníamos poquita fe en Poquita fe». Y, en efecto, de ahí, de su consciencia casi nihilista, de su más íntimo vaciamiento, surge un monumento profundamente humano y escandalosamente divertido. Siempre sorprendente. Casi nada.
Lo inapelable es que, al contrario de lo que es habitual en las comedias de consumo rápido, ni uno solo de los personajes es maltratado, caricaturizado, ni siquiera puesto en evidencia. Son lo que son con cada una sus carencias tan parecidas a las nuestras. «Decía Azcona que no existe el humor negro, simplemente la vida es así. Y nos lo creemos. Además, y esto nos lo hizo notar un crítico, nunca abandonamos a los personajes. Les seguimos y siempre estamos con ellos», afirma Pepón. «Por lo demás», toma el relevo Juan, «todo es muy intuitivo. En ocasiones, basta modificar un segundo para que surja la magia. La comedia es extremadamente sensible». Y vuelve Pepón: «Estamos convencidos de que lo políticamente correcto es simple educación». Y Juan: «Muchas veces, los que presumen de políticamente incorrectos son simplemente unos impresentables». Ni más ni menos.
Los que hablan, recuérdese, son los padres de series míticas como Camera café, de disparates augustos como Justo antes de Cristo y de milagros de culto como Los del túnel. A medio camino entre Azcona y los Monty Python, Pepón y Juan han logrado convertir casi nada en el más hermoso manifiesto poético y político, en un acontecimiento social con la forma y los modales de un espejo en el que mirarnos todos. Poquita fe 2 es exactamente igual a Poquita fe 1, pero mejor, más honda, más triste, más divertida... Y hasta más Dardenne. Ahora sí.
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